sábado, 1 de junio de 2024

Pisadas de José Miguel Vásquez Cabrera

Era tal la oscuridad en aquel lejano paraje que si uno no conocía a la perfección cada recodo del camino, corría el riesgo de dar un paso en falso y caer por el despeñadero para no levantarse nunca más. Pasada la medianoche, un solitario hombre recorría casi a ciegas el angosto sendero. Era éste un ladrón de tesoros afamado, que se dirigía a su guarida, una pequeña cueva donde escondía el oro que tanto renombre le había dado.

Aparte del rugido lejano de alguna quebrada monte abajo, todo era silencio, silencio que se veía interrumpido por la risa perversa del bandolero, sea esta porque le causaba gracia recordar una hazaña suya contra algún pobre desamparado, sea porque estaba maquinando un robo legendario; en todo caso esta repentina carcajada en la total oscuridad del monte hubiera hecho estremecer al más valiente de los hombres.

Y nuevamente, silencio.

Pero ocurrió algo que dejó petrificado al maleante. Aunque lejos, confundidas con el ruido de la quebrada, se oían las pisadas de un caballo.

Imposible.

Nuestro hombre se sentó al borde del precipicio tratando de convencerse de que aquello no era real, pero aunque no pudiera verse, estaba pálido de miedo. Ahora era claro, un caballo, aunque lenta y cuidadosamente se acercaba cada vez más.

El asaltante se levantó de un salto y echó a correr hacia su refugio, lejano todavía, olvidándose por completo del riesgo de caer por el barranco.

Nadie pudo seguirle la pista hasta allí. La oscuridad era tal que desde hacía más de una hora no podía ver ni siquiera sus manos.

 Solo él conocía aquel peligroso sendero que conducía a su cueva. Solo él… y otra persona que otrora fue su amigo. Pero no podía ser, ¡Él mismo lo había matado!

 El rufián estaba ya muy cerca de su escondite, pero aunque no lo veía, la tierra a sus pies temblaba ya por las pisadas del misterioso caballo.

- No puede ser él – se decía el bandido – Yo mismo lo maté, yo mismo lo enterré en la entrada de mi guarida. – Esto se decía aunque temiendo lo peor: El fantasma de su antiguo socio había venido a cobrar venganza.

Ya a la entrada de la cueva, el canalla vio la pequeña cruz de madera que había colocado en la improvisada sepultura hecha para su compañero de negocios y tragó saliva.

El pobre bribón buscó refugio al fondo de la cueva junto a su tesoro saqueado, este hombre sin fe intentó por primera vez en su vida recitar torpemente un padrenuestro.

El caballo paró.

Pisadas, Pisadas de hombre llegaron a la entrada.

Era él.

Iba el fantasma muy elegantemente vestido y sin decir nada se acercó lentamente donde el temeroso proscrito estaba acurrucado temblando y sin color.

Se sentó a su lado.

- Por favor, perdóname, solo eran negocios amigo – dijo casi llorando el pillo.

- La próxima vez – habló el espectro, mientras sacaba de su chaqueta como un revolver. – La próxima vez, si es que hay otra, asegúrate de matar al mellizo correcto.

El silencio sepulcral se rompió con el estruendoso bramido del cañón.

Luego, pisadas de caballo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario