Era tal la oscuridad en aquel
lejano paraje que si uno no conocía a la perfección cada recodo del camino,
corría el riesgo de dar un paso en falso y caer por el despeñadero para no
levantarse nunca más. Pasada la medianoche, un solitario hombre recorría casi a
ciegas el angosto sendero. Era éste un ladrón de tesoros afamado, que se
dirigía a su guarida, una pequeña cueva donde escondía el oro que tanto
renombre le había dado.
Aparte del rugido lejano de
alguna quebrada monte abajo, todo era silencio, silencio que se veía interrumpido
por la risa perversa del bandolero, sea esta porque le causaba gracia recordar
una hazaña suya contra algún pobre desamparado, sea porque estaba maquinando un
robo legendario; en todo caso esta repentina carcajada en la total oscuridad
del monte hubiera hecho estremecer al más valiente de los hombres.
Y nuevamente, silencio.
Pero ocurrió algo que dejó
petrificado al maleante. Aunque lejos, confundidas con el ruido de la quebrada,
se oían las pisadas de un caballo.
Imposible.
Nuestro hombre se sentó al borde
del precipicio tratando de convencerse de que aquello no era real, pero aunque
no pudiera verse, estaba pálido de miedo. Ahora era claro, un caballo, aunque
lenta y cuidadosamente se acercaba cada vez más.
El asaltante se levantó de un
salto y echó a correr hacia su refugio, lejano todavía, olvidándose por
completo del riesgo de caer por el barranco.
Nadie pudo seguirle la pista
hasta allí. La oscuridad era tal que desde hacía más de una hora no podía ver
ni siquiera sus manos.
Solo él conocía aquel peligroso sendero que
conducía a su cueva. Solo él… y otra persona que otrora fue su amigo. Pero no
podía ser, ¡Él mismo lo había matado!
El rufián estaba ya muy cerca de su escondite,
pero aunque no lo veía, la tierra a sus pies temblaba ya por las pisadas del misterioso
caballo.
- No puede ser él – se decía el
bandido – Yo mismo lo maté, yo mismo lo enterré en la entrada de mi guarida. –
Esto se decía aunque temiendo lo peor: El fantasma de su antiguo socio había
venido a cobrar venganza.
Ya a la entrada de la cueva, el
canalla vio la pequeña cruz de madera que había colocado en la improvisada
sepultura hecha para su compañero de negocios y tragó saliva.
El pobre bribón buscó refugio al
fondo de la cueva junto a su tesoro saqueado, este hombre sin fe intentó por
primera vez en su vida recitar torpemente un padrenuestro.
El caballo paró.
Pisadas, Pisadas de hombre llegaron
a la entrada.
Era él.
Iba el fantasma muy elegantemente
vestido y sin decir nada se acercó lentamente donde el temeroso proscrito
estaba acurrucado temblando y sin color.
Se sentó a su lado.
- Por favor, perdóname, solo eran
negocios amigo – dijo casi llorando el pillo.
- La próxima vez – habló el
espectro, mientras sacaba de su chaqueta como un revolver. – La próxima vez, si
es que hay otra, asegúrate de matar al mellizo correcto.
El silencio sepulcral se rompió
con el estruendoso bramido del cañón.
Luego, pisadas de caballo.
¡Pero qué cuento más interesante! Un giro fantástico, un uso de palabras sólido y una historia completa y bien conectada. ¡Qué buen producto y qué satisfactoria se siente su resolución!
ResponderEliminar