sábado, 1 de junio de 2024

Los secretos de la abuela de Daniela Urrea Ladino

Cuando la vi estaba sentada en aquel viejo mueble. A falta de otras distracciones se encontraba detallando las líneas de sus manos, como si tratase de recordar aquellos secretos de su vida que ya había olvidado. Al verme entrar por el patio no mostró un mayor entusiasmo, pero por la jarra de limonada que estaba en la mesa comprendí que me había estado esperando. Hacía varios años que mis hermanos y yo habíamos dejado de ir a visitarla, tanto la finca como ella había envejecido rápida y bruscamente. Las paredes de la fachada habían perdido su color azul celeste y ahora tenía una tonalidad gris y fría, el techo había estado criando nidos de avispas y ojos de poeta, además, el árbol de naranjo se había secado. Sin embargo, en la cara de la abuela sus ojos pintados por las cataratas seguían teniendo el mismo brillo de siempre. Le pregunté por las goteras del techo, los cafetales del abuelo, por las tardes domingueras en el mercado, ella respondía con una palabra, si bien cortante, certeza. Después de hablar un rato sobre mis hermanos, iba a subir a la pieza donde solía quedarme, y la abuela me llamó con un novedoso interés. Volví rápidamente hacia ella.

– Y ¿Cómo se encuentran los muchachos?– preguntó nuevamente.

– Bien mita – respondí un poco confusa.

Ella quedó en un silencio absorto. Me dirigí nuevamente hacia la pieza cuando volvió a preguntarme ahora por el tiempo que iba a quedarme en la casa. le respondí que un mes, ya que había planeado arreglar algunas cosas de la casa. La abuela se paró de aquel viejo mueble, y a falta de más preguntas formuladas se dirigió a la cocina como si quisiera evitar el momento de un penoso descubrimiento. Cuando entré a la habitación, ví la cama organizada con una almohada sin funda, el nochero que siempre había estado al lado izquierdo de la cama y la ventana roja que recibe todos los rayos del sol en la mañana. No ví en ese momento nada raro motivo de la angustia de la abuela, pero cuando miré la pared que estaba en frente de la cama pude notar con seguridad la causa de aquella infantil preocupación. En aquella pared estaban colgadas varias muñecas de diferentes tamaños, tenían una apariencia un tanto miedosa. Sus ojos oscuros y profundos, que reflejaban la luz que entraba por la ventana, simulaban una expresión de estar viéndome fijamente, sus cabellos estaban enmarañados con pinzas y moños de diferentes colores, pero, al ver los vestidos que tenían, vinieron a mí los recuerdos de los vestidos que usaba en mi niñez, después de detallarlos bien me di cuenta que eran los mismo. Después de esa rigurosa apreciación, pensé en mi abuela, y pude descubrir como trataba de recordarnos. Cuando me topé de nuevo con ella en el patio, su mirada se cruzó con la mía. Aquella reflejaba un destello de pena y tristeza. Con una sonrisa de confidencialidad, apacigüe la reveladora situación, y tras eso, comenzamos a hablar de las flores que había sembrado en el jardín.

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