sábado, 1 de junio de 2024

Los ojos de Óscar Danilo Pérez Mazo

Alicia se despertó ese día con una sensación extraña, que atribuyó al sueño que había tenido y que no recordaba. Sentía como si alguien la hubiera estado mirando. Le pareció normal atribuirlo a esa rara sensibilidad de las mujeres para saber cuándo alguien las observa, acaso debido a un mecanismo de defensa desarrollado contra depredadores; en todo caso, no dejaba de inquietarla lo extraño que resultaba despertar con sensaciones pero no con recuerdos de lo soñado.

Se sentía rara, algo que no encajaba le combatía por dentro, y los compañeros de trabajo lo notaron. El cansancio de ese día la hizo desvanecerse cuando cruzó el umbral de su habitación al anochecer. La mañana siguiente, por no haber hecho caso a su alarma y no haber preparado lo necesario la víspera, debió correr a la ducha, de la ducha al armario, del armario al autobús. Ya compraría algo de desayuno al llegar a la oficina. Cuando tomó uno de los asiento intermedios en el vehículo y tuvo mediana calma para pensar, sintió escalofrío y miró de inmediato a su derecha, a las sillas contiguas: solo había una mamá sentada y un niño haciendo dibujos en la ventanilla, pero había sentido como si se posara sobre ella la mirada de algún viejo desagradable. Reconoció la extraña sensación del día anterior. Perdió el apetito y trabajó de muy mala gana.

Esta vez el regreso a casa fue distinto, a medida que se acercaba a la puerta disminuían sus ganas de entrar. No tenía sentido, esa era la razón por la que había preferido quedarse sola: para evitar encontrarse con hombres malhumorados e insensibles que entorpecieran su paz del otro lado. Pero no tenía más opciones, entró resignada y caminó rápido a su habitación. De repente y sin saber por qué, su casa había dejado de ser ese bastión de la privacidad que siempre había soñado. Cuando se recostó en su cama sintió que se ocultaba, como cuando se defendía de las discusiones de sus padres años atrás. Solo le quedaba dormir un rato y confirmar que era el tedio laboral el que la tenía así.

Hacia la media noche se despertó, más tranquila y pensando en el insomnio que ahora tendría que pasar antes de volverse a dormir. Una película era la alternativa, para relajarse y alejar de una vez los fantasmas de los dos últimos días. Salió a la cocina a oscuras y el escalofrío la visitó de nuevo, encendió la luz para arreglar comestibles.

Para regresar le sería suficiente la escasa iluminación que emitía el televisor. Cuando apagó la luz vio dos lucecitas flotantes a la altura de su rostro, a un metro de distancia. No comprendió inmediatamente de qué se trataba, hasta que reconoció un par de ojos que la observaban con espeluznante fijación. Soltó el recipiente con frituras que tenía sujetado. Intentó encender de nuevo la luz, pero no dio con el interruptor. 

1 comentario:

  1. ¿Y qué pasa después? Jajaja muy interesante. Me ha gustado.

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