En el balcón del
castillo que da a la plaza de Hondal, se posa una figura gigante y encorvada,
cubierta por un velo rojo decorado con zafiros azules, e impone por igual miedo
y respeto a todo quien pasa. Llama la atención del escriba Juno apenas lo ve, el
terror de Hondal, como sacado de los libros, prudentemente conocido como el
gran rey Keneth, de la casa Hondal, nombre que lleva no solo su linaje, sino
también su ciudad y su nación. Más impresionante que sus hazañas es su
longevidad, se cree que tiene hasta ciento treinta años, incluso es creencia
popular que, por su edad y gran estatura, sea un descendiente de los gigantes. La
gente viene y se arrodilla bajo su balcón, rezándole a aquel ídolo indiferente,
creen que su monarca vivirá más que todos ellos, para siempre, sino hasta el
fin de los tiempos.
“Disculpe...” le
habla un joven castaño a Juno, señala su bolsa y pluma, “¿es usted Juno?, ¿El
escriba?”, Juno asiente, “yo soy Edgar, miembro del consejo real”, dice el
joven, “tengo entendido que se encargará del registro de nuestra biblioteca,
quise venir personalmente y llevarlo yo mismo”, “un placer”, dice Juno en una
voz quebrada, abatido por un sudor frio y un nudo en su garganta, “No hay
porque estar nervioso” dice Edgar, con una sonrisa amable.
Edgar dirige a
Juno a un pasillo cerrado con una puerta a cada costado, abre la de la izquierda,
adentro hay una habitación espaciosa poco iluminada, llena hasta el fondo de
estanterías altísimas repletas de libros. “Avíseme si necesita algo, mi oficina
esta justo debajo” dice Edgar, “Perfecto, le contaré de mis avances en la noche”,
responde Juno, intentando recuperar la calma. Edgar se va y ajusta la puerta,
en cuanto deja de escuchar sus pasos, Juno empieza a reírse ligeramente,
“Keneth Hondal” dice burlonamente “Un hombre… no, un país, tanto peso en un
solo nombre, los dioses sabrán que sería de nosotros sin él” recita mientras
saca un cuchillo de su bolso. Abandona la habitación y abre la otra puerta del
pasillo, encontrandose con Keneth de espaldas, en la misma posición de hace un
rato, sin perder el tiempo y frente toda la plaza, se acerca al monarca, lo
rodea en un abrazo fraternal, asomándose sobre su hombro y le entierra el
cuchillo bajo el abdomen, deslizándolo hacia su pecho.
En medio de un suspiro de victoria, Juno separa el cuchillo de su víctima, mas queda pálido de terror al encontrar la hoja totalmente seca, y del corte empieza a salir un olor putrefacto; desesperado, Juno se mueve frente al cadáver y levanta el velo carmesí, para encontrar la silueta de una calavera envuelta en vendas amarillentas. Mas solo él lo alcanza a ver, y pronto una corriente de viento devuelve el velo a su posición, ocultando el rostro mortuorio. Una flecha vuela desde la plaza y le atraviesa la nuca, saliendo por su boca; haciéndole perder el equilibrio “Vaya que la sangre es más densa que el agua”, piensa el escriba Juno mientras cae del balcón, “pero tal vez lo son aún más las ideas”.
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