sábado, 1 de junio de 2024

Desaparecidos de Yanis Milena Agámez Durante

El día era caluroso, y el calor que ascendía del pavimento de las calles dificultaba la respiración. El sol abrasador de las 12 del medio día era insoportable, y ni siquiera mi sombrilla daba abasto. Llevaba recorriendo todo el pueblo desde primera hora de la mañana, yendo de casa en casa, preguntando si alguien había visto o hablado con el pastor y su mujer.

Las personas a quienes les hablaba se sorprendían al verme con la cara enrojecida y me invitaban amablemente a entrar en sus casas, ofreciéndome un vaso de agua para refrescarme. Esta hospitalidad no era rara en un pueblo pequeño, donde la amabilidad era una forma de vida. Pregunté a todas las personas que conocía, sobre la pareja de esposos, pero nadie los había visto. Empecé a sentir desesperación, sabiendo que se me acababa el tiempo. A medida que avanzaba el día, el calor se intensificaba y mi energía empezaba a decaer. Sentía que me ardía la piel y tenía la garganta seca.

Al caer la noche, en el pueblo se empezaron a escuchar los rumores de que la hija del pastor estaba buscando cadáveres. Estos rumores no hacían más que aumentar mi desesperación, el cuerpo no me daba para más y en mi cabeza solo había angustia, Mis padres no aparecían por ninguna parte, y las personas del pueblo solo se dedicaban a inventar. Mis padres siempre habían ayudado a todos y nunca dudaban en tenderle la mano a alguien, pero ante su desaparición solo se dedicaban a chismorrear como si fuera el entretenimiento del día, dándolos por muertos, aunque solo habían pasado dos días desde que nadie los veía. Al final, decidí volver a casa, derrotada.

Cuando me acercaba a mi casa, oí el sonido de las sirenas de la policía y vi desde lejos las luces rojas y azules parpadeantes, corrí tratando de saber que sucedía, solo llegué a tiempo para ver como varios hombres sacaban dos bolsas negras de mi casa, mis piernas perdieron fuerza y lo único que pude hacer fue quedarme congelada, solo veía todas esas personas acercándose tratando de saber qué pasaba.  Algunos se dieron cuenta de mi presencia y me miraron con lástima y eso solo confirmó lo que ya me había imaginado, los que estaban en esas bolsas eran mis padres. Las pocas fuerzas que me quedaban se disiparon de inmediato y caí al suelo, un dolor en el pecho me estaba dejando sin aire. Pero cuando vi que la policía se llevaba a mi vecino, un hombre conocido en el pueblo como el que siempre se metía en líos, todo cobró sentido. El plan había funcionado a la perfección.

Busqué a mi cómplice entre la multitud; fingía defender a su hermano, al que se llevaba la policía en ese momento. Nuestras miradas se cruzaron durante un milisegundo, y su sutil sonrisa confirmó el éxito del plan. La angustia abandonó mi cuerpo. Ahora era imposible que me culparan de la muerte de aquellas personas. Solo me quedaba fingir un poco de tristeza y vivir el resto de mi vida sin la vigilancia de aquel maldito pastor y su odiosa mujer, mi papel como la hija perfecta al fin había llegado a su fin.

 


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