sábado, 1 de junio de 2024

Donde los barcos acaban de Juan Camilo Castaño Chavarriaga

Ella se sube pesada a la cama, me acaricia, me canta, pero por más que su presencia alumbre estas noches sin estrellas, decido no mirarle. Todo está muy oscuro y decido no mirarle. Solo miro la ventana y espero a que se vaya.

Pero siempre regresa a mi lado, siempre regresa a mí. Cuando en este barco puede visitar a tantos sin falta y con motivo, cuando puede acostarse con ellos y no dudar que caerán rendidos ante su pelo largo y lacio, en su lugar entra a mi habitación de falso grumete para consumirme todas las noches, besarme con sus labios morados bien fríos, congelarme con su aliento bajo cero, treparse con sus dedos cuasiaraña por cada una de mis vértebras al ritmo sórdido del mar, el ritmo levógiro, de giro leve y de sabor roído; a pesar de que nunca, aunque más lo desee, dejaré de darle la espalda para mirarla.

Pero ella vuelve y vuelve y vuelve. Yo no duermo y ella vuelve y yo solo miro el cielo, el mar, el fondo de una ventana sin luceros, porque para hacerme el sordo a sus caricias, busco en mi memoria tiempos cuando aún habían estrellas. Busco memorias de ultratumba de antes del escape al mar, donde cantábamos felices en el pueblo sobre sombras que se alimentaban de los malos hombres, con alas gigantescas magulladas de tanto sol, con cuernos circulares y picos que gritaban como una flauta. Sombras de nuestros antiguos mitos y leyendas que murieron con la caída del firmamento, para los que a veces me pregunto si no hablaban de ella. Pero aun así, no me vuelvo de espaldas para confirmarlo.

Y, sin embargo, ella siempre vuelve. Vuelve cuando parece que temo, cuando pienso más en las estrellas que faltan. Ella la condenada que me acaricia bajo la oreja esperando que le responda, pero no lo hago, porque no soy como los otros, no sucumbo a la culpa de escapar al mar para ocultar los pecados cometidos en tierra. Escapo como ellos pero no soy débil como ellos. Yo sí le doy la espalda.

Mas ella continúa volviendo. Tras cada tormenta, tras cada relámpago, siempre está ella. Tras cada recuerdo de la sangre, del dolor, está ella. No con el cuerpo terso, helado, de una dama, sino como el monstruo que en realidad es. Ella la de alas que bate para acariciar. Ella la del pico que sopla para cantar. Ella la de las leyendas muertas, el grillete de los asesinos, ella la que se alimenta de los culpables. Ella la que me busca especialmente a mí porque sabe que a mí la culpa no me acompaña, y que solo se hace humana porque cree que mis cadáveres me asustan. Pero no lo hacen. No le temo a ella ni a lo que hice, ni al pueblo que dejé atrás, ni a las estrellas que ya no brillan.

Porque si tiemblo no es de miedo, es de frío. Y si algún día muero, no será por ella. No me dejaré llevar a su infierno de pecadores sin rumbo. Yo me bajaré de este barco sin haber mirado atrás. Yo me bajaré de este barco sin caer en su tentación. Yo me bajaré de este barco… algún día que pueda, una vez descubra cómo salir de este inmenso mar sin estrellas.

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho. Aunque la ambigüedad por entender quién es ella queda ahí, sacar mis propias deducciones hace que me guste mucho más.

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