Era medio día, principios del
semestre. Se encontraban en el ágora almorzando el típico del día. Se conocían
desde que comenzaron la carrera, pero se hablaban poco. Durante el almuerzo, él
mencionó haber visto una publicación de un “Concurso del Cuento” organizado por
la universidad. Le parecía interesante aunque no le terminaba de llamar del
todo, en contraparte, los ojos de ella manifestaban una especie de encanto
áureo etéreo. Instantáneamente, él se dio cuenta y decidió captar su atención,
sabía que ella amaba la literatura, el leer y escribir, entonces le propuso que
participaran del concurso, pero le comento que si él ganaba, ella le daría un
beso. Ante tal propuesta y con el fin de disimular la tensión, ella sonrió y
aceptó el juego, estaba segura de su apuesta. Sabía que para él era imposible
ganar porque era algo despistado con esos temas.
Cuando todo fue dicho, él se
marchó entusiasmado y ante tal reto comenzó a leer lo concerniente a la técnica
literaria y la escritura ficcional. Había leído a Cortázar, a Borges, a
Calvino. Se había preparado tanto que descuido todo lo demás. Paradójicamente,
dicha odisea hizo que cobrara conciencia de sí; más aún, solo le importaba
aquel “beso”. Después de mucho esfuerzo, logró escribir el cuento más
enigmático, lírico y controversial que pudo concebir con máximo tres mil
caracteres. Revisó, leyó, releyó y por último lo envió.
Cuando llegó el día anhelado y anunciaron
a los ganadores, escuchó que su cuento “El Enamorado” había sido mencionado
especialmente. Instintivamente y frente a la estupefacción de la noticia, miró
la hora: era mediodía. Dedujo entonces que ella debía estar ahí, así que iría a
contárselo primero. Él buscó y la encontró a lo lejos en una mesa, sentada con
otro muchacho a quien solo se le veía la espalada. Observo bien y noto que
ambos comían el típico del día. Ignorando las circunstancias y sin ansias de
saber quién era el otro, decidió oportuno regresar a la biblioteca para
reclamar su premio, con la finalidad reclamar su premio por la apuesta mientras
empequeñecía al otro.
Cuando llegó, preguntó por el
primer puesto. Le comentaron que quien ganó el concurso fue ella y el título de
su obra fue “El Despistado”. Ante tal evento, sintió una extraña estupefacción.
Caminó un rato y se sentó en el rincón más alejado de la biblioteca para leer
el cuento ganador. Aquel contaba la historia de un neófito escribano quien, por
una apuesta, se había olvidado de la persona que amaba y de su propia existencia.
Este se dio cuenta al final de que su amada sentía lo mismo, pero ante la “indiferencia”
del joven, aquella pensó que la habían olvidado. En el instante en que el despistado
terminó de leer, manifestó su impotencia en pigmentos discontinuos tan negros
como la tinta de los manuscritos viejos y venideros, comprendiendo así finalmente
que debía regresar a aquel almuerzo del medio día, sabiendo que todo lo
ocurrido había sido puro cuento.
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