sábado, 1 de junio de 2024

Puro cuento de Kevin Santiago Jiménez Luna

Era medio día, principios del semestre. Se encontraban en el ágora almorzando el típico del día. Se conocían desde que comenzaron la carrera, pero se hablaban poco. Durante el almuerzo, él mencionó haber visto una publicación de un “Concurso del Cuento” organizado por la universidad. Le parecía interesante aunque no le terminaba de llamar del todo, en contraparte, los ojos de ella manifestaban una especie de encanto áureo etéreo. Instantáneamente, él se dio cuenta y decidió captar su atención, sabía que ella amaba la literatura, el leer y escribir, entonces le propuso que participaran del concurso, pero le comento que si él ganaba, ella le daría un beso. Ante tal propuesta y con el fin de disimular la tensión, ella sonrió y aceptó el juego, estaba segura de su apuesta. Sabía que para él era imposible ganar porque era algo despistado con esos temas.

Cuando todo fue dicho, él se marchó entusiasmado y ante tal reto comenzó a leer lo concerniente a la técnica literaria y la escritura ficcional. Había leído a Cortázar, a Borges, a Calvino. Se había preparado tanto que descuido todo lo demás. Paradójicamente, dicha odisea hizo que cobrara conciencia de sí; más aún, solo le importaba aquel “beso”. Después de mucho esfuerzo, logró escribir el cuento más enigmático, lírico y controversial que pudo concebir con máximo tres mil caracteres. Revisó, leyó, releyó y por último lo envió.

Cuando llegó el día anhelado y anunciaron a los ganadores, escuchó que su cuento “El Enamorado” había sido mencionado especialmente. Instintivamente y frente a la estupefacción de la noticia, miró la hora: era mediodía. Dedujo entonces que ella debía estar ahí, así que iría a contárselo primero. Él buscó y la encontró a lo lejos en una mesa, sentada con otro muchacho a quien solo se le veía la espalada. Observo bien y noto que ambos comían el típico del día. Ignorando las circunstancias y sin ansias de saber quién era el otro, decidió oportuno regresar a la biblioteca para reclamar su premio, con la finalidad reclamar su premio por la apuesta mientras empequeñecía al otro.

Cuando llegó, preguntó por el primer puesto. Le comentaron que quien ganó el concurso fue ella y el título de su obra fue “El Despistado”. Ante tal evento, sintió una extraña estupefacción. Caminó un rato y se sentó en el rincón más alejado de la biblioteca para leer el cuento ganador. Aquel contaba la historia de un neófito escribano quien, por una apuesta, se había olvidado de la persona que amaba y de su propia existencia. Este se dio cuenta al final de que su amada sentía lo mismo, pero ante la “indiferencia” del joven, aquella pensó que la habían olvidado. En el instante en que el despistado terminó de leer, manifestó su impotencia en pigmentos discontinuos tan negros como la tinta de los manuscritos viejos y venideros, comprendiendo así finalmente que debía regresar a aquel almuerzo del medio día, sabiendo que todo lo ocurrido había sido puro cuento.


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